Cada vez con más frecuencia llegan padres y madres a la consulta desconcertados buscando respuestas. Se muestran preocupados porque el rendimiento escolar de su hijo/a ha disminuido, porque no ha adquirido buenos hábitos de higiene, de imagen personal, de orden (se va a dormir tarde, no come correctamente, etc.), porque presenta comportamientos inadecuados (contesta mal a los padres, los miente, los desobedece, etc.) y otras conductas no deseadas.
A menudo estas situaciones son consecuencia de una educación demasiado permisiva y de una falta de límites y normas por parte de los padres y madres. Estos, a veces, atribuyen el mal comportamiento del niño o niña a su edad, a su carácter, a la escuela, etc. y, de esta manera, huyen de sus propias responsabilidades. Pero, no se trata de buscar culpables, se trata de asumir que la familia es una pieza fundamental en la educación de los niños independientemente de los agentes educativos. No se trata entonces de “profesionalizar” a los padres y madres, es cuestión de trabajar de manera responsable y consecuente para evitar este tipo de situaciones conflictivas o otras de peores.
Ser padre/madre consiste en compartir la vida y los valores con nuestros hijos, redescubrir un mundo nuevo cogidos de la mano, y hacerlo de la manera más sensata y noble posible. Por lo tanto, ¿se tiene que disponer de un título universitario para poder educar de forma saludable? No; simplemente se tiene que utilizar el sentido común. Y, dicho así, parece que educar a un niño sea una cosa bien fácil pero no lo es. Y, ¿por qué? Porqué nos encontramos en un mundo repleto de exigencias sociales y competencias, un mundo en el que queremos ser los mejores progenitores, los mejores en nuestro ámbito laboral, los mejores deportistas, etc. Muchas personas verbalizan querer mucho a sus hijos y hijas pero no tener tiempo suficiente para estar con ellos/as. Eso es debido a que tienen que pasar la mayor parte del día intentando rendir al cien por cien en su trabajo para proveer de aquello que necesita y/o desean sus hijos en el presente para poder procurarlos un buen futuro. Y de esta manera encontramos niños que disponen de todo aquello que quieren – materialmente hablando-, pero que les falta la atención y el afecto de sus padres. Y eso es, al fin y al cabo, lo que ellos más desean.
Los profesionales que trabajamos en el ámbito infantil y juvenil (maestros, profesores, educadores sociales, psicólogos, etc.) nos encontramos con casos de niños y niñas con diversas dificultades: bajo rendimiento/fracaso escolar y académico, alteraciones del sueño, problemas de conducta como agresividad y desobediencia… Muchas veces estas dificultades son el resultado de una llamada de atención y/o de una falta de límites y normas o de disciplina. La idea que nosotros queremos transmitir es que se educa educando. Todo aquello que hagamos, aquello que decimos a nuestros hijos/as, o a los demás, repercutirá en el desarrollo de nuestro hijo/a. Nosotros, los padres y las madres, somos modelos a seguir para nuestros hijos. Los niños nos conciben como referentes, se fijan en nosotros y actúan en consecuencia a nuestros actos. Ese reflejo en nuestras actitudes constituye sus valores y su comportamiento, y al mismo tiempo, le ayuda a desarrollar su propia identidad y a construir la base de un buen auto concepto y una auto imagen.
Debemos tener en cuenta que la conducta se va forjando desde los primeros momentos de la vida del niño, por esta razón es importante conocer las leyes que rigen este aprendizaje. Esto permite a los padres y madres, educadores y otros profesionales relacionados con la infancia, educar de manera positiva al niño/a y evitar problemas que puedan influir negativamente en su desarrollo. Los padres tienen una gran influencia en el comportamiento de sus hijos/as, y este es aprendido, es decir, se puede modificar. De la misma manera que podemos aumentar la probabilidad que un “buen comportamiento” se repita, podemos disminuir, y hasta eliminar, los “malos comportamientos”.
Los estilos educativos van cambiando con los años, hemos pasado de un estilo educativo muy autoritario a uno totalmente permisivo; este hecho implica que los niños se muestren “mal educados” y desobedientes. Se tiene que tener en cuenta que nuestro estilo educativo traerá consecuencias en las actitudes y comportamientos de nuestro hijo o hija.
A los niños se les tiene que dictar límites, normas y pautas de comportamiento en el momento adecuado. Eso permite una mejora del clima familiar y una influencia positiva en el desarrollo personal del niño/a, ya que le proporciona seguridad y confianza. Hay padres sobreprotectores, padres exigentes y castigadores, padres liberales y permisivos. Somos libres de educar a nuestros hijos e hijas como queremos – o podemos-, pero existen diversas pautas educativas que nos pueden ayudar a adquirir ciertos estilos educativos sin dejar de ser nosotros mismos:
– Elogiar de manera abundante: tenemos que reforzar positivamente a los niños, elogiándolos de manera continuada para reforzar su autoconfianza. Se trata de estimular al niño para que se esfuerce en conseguir sus propias metas.
– Corregir sin atacar: Es importante hablar con los niños en términos positivos. Debemos de dejar claro que el comportamiento es lo que no nos gusta y no él o ella.
– Ser tolerantes con los fracasos: deberíamos felicitar a nuestros hijos y hijas tanto por las cosas que han hecho bien, como por intentarlas hacerlas bien.
– Exigir moderadamente. Tenemos que ser sensibles a las posibilidades de cada niño, por eso, debemos poner normas y límites realistas y coherentes, y consecuencias breves e inmediatas al mal comportamiento.
Se tiene que tener en cuenta que no solamente educan los padres/madres y la escuela, sino que el entorno donde el niño participa también influye en su desarrollo. Le proporciona aprendizajes sociales, de relación, de convivencia. Por esta razón es importante proporcionar a nuestros hijos e hijas un entorno sano. Por otro lado, debemos ser conscientes de la manera en la que, tengamos hijos o no, nuestros actos influyen a los más pequeños de nuestra sociedad y al futuro de esta.
Vosotros, los padres y madres, tenéis la faena más importante del mundo, 24 horas al día, 365 días al año, sin sueldo, sin vacaciones,… pero cuando veáis a vuestro hijo/a feliz, creciendo y aprendiendo, sentiréis que tenéis la joya más valiosa del mundo.