En nuestro día a día, existen un montón de situaciones, características o variables que suponemos como constantes e irrefutables. Siempre han existido, y no imaginamos una vida sin que estas variables se mantengan fijas. Es más, cuando vivimos nuestro día a día planificamos y organizamos el mañana teniendo en cuenta que esto no cambiará. Incluso me atrevería a afirmar, que es gracias a esta presunción de que podemos pensar en un futuro próximo, estableciendo objetivos a corto, medio y largo plazo.
Podríamos decir que todas estas variables se mantienen estables en la trama de nuestra rutina, conformando una serie de expectativas que nos dan seguridad, reconfortan la confianza en nuestros actos y nos permiten arriesgarnos a llevar a cabo cambios y proyectos nuevos, ya que mientras el resto se mantenga estable, podré controlar la situación nueva y por tanto gestionarlo y tener un éxito asegurado.
El gran problema surge que en la sociedad en la que vivimos, estas variables se dan tanto por hecho, que tendemos a considerarlas banales, poco importantes o simplemente, no considerarlas. El error radica en el hecho de que nos hemos olvidado que son variables, y que tal y como indica su nombre, pueden variar. Y es cuando varían que de pronto, las tenemos en cuenta o les damos importancia.
Podríamos pensar que son cosas relevantes, tales como, tener o no tener un buen coche, pero no se trata de variables de este tipo, sino de otros más simples. Tener agua caliente por la mañana, tener un buen desayuno, poder levantarse de la cama por nuestro propio pie, etc. Cuando nos faltan nos damos cuenta de la importancia capital que tienen en nuestra vida, pero nos damos cuenta con la ausencia de éstas, y nos entristecemos por lo que hemos perdido.
A veces, podemos recuperarlo, podemos llamar al fontanero, que nos arregle el agua caliente. Podemos ir a comprar al supermercado y llenar la nevera para poder comer. Podemos ir al médico para que nos arregle la pierna rota y esperar con la rehabilitación volver a caminar. Sin embargo, hay situaciones que son irreversibles, éstas variables cambian de golpe, se ausentan y no regresan. Cuando esto ocurre nos entristecemos aún más, y adaptarnos a la nueva situación pasa de ser complicado a ser muy difícil.
Esta es la infelicidad de las ausencias, la infelicidad que saber que no tenemos, que no podemos, que no lo recuperaremos. Nos damos cuenta nostálgicamente de todo lo que estábamos, teníamos o sentíamos y no podremos recuperar, porque la vida nos lo ha cambiado, porque habíamos tomado las variables por constantes, quien nos ha engañado? Quien nos ha dicho que todo esto no cambiaría?
Pero siempre estamos a tiempo. Siempre estamos a tiempo, quizás no de recuperar lo que hemos perdido, pero si para contentarnos de lo que aún tenemos. De dar gracias (al destino, a la vida, a nosotros mismo, a un Dios, en un concepto, es igual) de que me levanto, respiro y hago que cada día sea especial por el simple hecho de tener lo que tengo, aceptar lo que ya no será, de ser como soy, y de encaminarme hacia lo que quiero. Esto simplemente sería fantástico. Hemos cambiado todo ello por la infelicidad de las ausencias, yo creo que lo podemos volver a cambiar, porque hemos salido perdiendo.
Y permítanme terminar citando a Paul Watzlawick con una frase que tiene mucho que ver con lo que planteo en el artículo y que puede ser el principio del cambio de lo que hablo: “El hombre feliz vive con la sabiduría del constante descubrimiento del momento presente”.